viernes, 13 de enero de 2017
UN ÁNGEL ESTÁ EN MIS BRAZOS
Era las diez de la mañana de un día lluvioso, regresábamos alegres de hacer compras en el mercado “El vado” y de pronto, al pasar por la última cuadra de la calle Huallaga vi a una niña feliz entre las plantas, jugando con las flores que el viento y la lluvia habían derribado.
La lluvia seguía cayendo ruidosamente sobre los techos de zinc. Sin embargo, esto no parecía importarle, pues la niña estaba en un mundo diferente. Para mi felicidad, el motokar que nos conducía era uno viejo y destartalado que venía rengueando (para ellos también es dura la vejez). Cuando nos acercamos más, comenté: “Es un hermoso ángel, el ángel de la lluvia”.
Esta situación me hizo recordar la belleza y la frescura de mi negrita, una sobrinita que durante un tiempo estuvo a mi cuidado y que un día se tuvo que ir con su madre. Me encariñé tanto con ella, que a veces pienso me pertenece. Camino a casa, yo iba pensando en el cuadro más tierno que había visto esta mañana y también pensaba en mi negrita, en sus dos hoyos que se dibujaban en su carita al sonreírse, en su forma menudita de caminar, en el modo dulce de pedir las cosas. En ese instante, le dije a mi esposo: “¿No te parece que fuera lindo que la negrita viviese con nosotros?” Él, como es un ser adulador, me dijo que sí, que sería bonito. La lluvia había metido a la gente a su casa. La ciudad a media mañana dormía plácida un sueño de invierno en medio del verano que se iniciaba en todo el hemisferio Sur.
La cortina estaba recogida, la transparencia de los cristales de la ventana me permitieron ver desde la calle que tenía visita.
¡Sorpresa! Era la niña que anhelaba. “Qué coincidencia”, dije, “acabo de ver a un ángel jugando entre las plantas y la lluvia; ahora ese ángel está entre mis brazos”. Me cayeron lágrimas cálidas en ese día frio.
Transcurrieron unos días. Después de gozar, reír, y pasar momentos alegres, mi negrita retornó a su Iquitos querido, se fue de viaje una vez más. Solo atiné a decir: “¡Cuídenla!”
Los días sucedieron a las semanas y estas a los meses. A donde iba llevaba en mi mente a mi negrita. Ella, sonriente, acompañaba mis quehaceres. Ante el cansancio y el agotamiento diarios se había convertido en una vocecita animadora que con solo recordarla me devolvía el sosiego.
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